La polinización es un proceso al que no solemos prestar demasiada atención, a pesar de que genera y asegura la biodiversidad en todo el mundo, además de que sin ella sería imposible nuestra subsistencia. Y cuando hablamos de cannabis, sin duda es el alfa y el omega de todo el proceso biológico de la planta. Por eso es importante comprender cómo funciona para sacar el máximo rendimiento de nuestros cultivos.
El cannabis puede ser una especie vegetal tanto monoica (plantas que pueden ser de ambos sexos, hermafroditas) como dioica (lo que significa que las flores masculinas y femeninas nacen en plantas separadas). Ambos tipos de cannabis existen en la naturaleza, aunque las hermafroditas en su mayoría solo se expresan bajo determinadas condiciones de estrés. Por ejemplo, si una planta de cannabis hembra siente una muerte inminente, comenzará a expresar características masculinas para autopolinizarse.
El cannabis transmite su ADN sexualmente a través del acto de la polinización. Los machos desarrollan racimos de flores que rocían el polen de sus anteras (la parte en que termina un estambre). Una sola flor macho puede producir 350.000 granos de polen y este material genético de tamaño microscópico es transportado a las plantas hembra por el viento (o por insectos polinizadores como las abejas) pudiendo viajar grandes distancias, incluso decenas de kilómetros, cuando las condiciones son favorables.
El objetivo de este polen es cumplir su mandato genético de fecundar tantas hembras como sea posible. Finalmente, la polinización ocurre cuando el polen llega a los estigmas de la hembra, lo que provoca que las plantas produzcan semillas dentro de los pistilos, que es su órgano reproductor, para perpetuar la especie.
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